El pasado 24 de febrero se cumplió un año de uno de los conflictos que marcará, con tintes negativos, el futuro próximo de nuestro querido continente, Europa, símbolo de prosperidad y desarrollo a ojos de todo el planeta. La decisión arriesgada y muy desautorizada del máximo mandatario ruso, Vladimir Putin, de traspasar y atacar con tropas el territorio ucraniano, era un secreto a voces que se empezó a fraguar ocho años antes, en 2014.
Las ansias nacionalistas y expansionistas de Putin tuvieron su origen en el interés comercial que generaban las salidas del Mar Negro por Ucrania, situadas en la zona del Donbass, y la idea de que el imperio ruso siempre había sido dueño y señor de aquel territorio estratégico, y de gran parte del territorio ucraniano, que antiguamente pertenecía a la Unión Soviética. Con ello, se produjeron ataques intimidatorios con misiles y amenazas nucleares que se mantuvieron presentes, de manera regular, hasta la actualidad.
A pesar de las insistentes peticiones por parte de los países miembros de la Unión Europea, y del propio presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, de un alto al fuego, los objetivos rusos no han decaído, y los paquetes de sanciones políticas y económicas que se han impuesto al invasor son un chiste mal contado para su parecer. Hasta sus socios más cercanos, como China, han instado a Putin, durante este terrorífico año, a sentarse a dialogar en son de paz - con matices -.
Quizá el punto de inflexión llegue pronto, pero se augura largo el camino para controlar el pensamiento genocida de un personaje público que únicamente vela por sus propios intereses, vulnerando derechos sin 'ton ni son'. La esfera política internacional está haciendo todo lo posible por calmar las aguas, aunque ciertas formas no sean las más adecuadas. El 'ojo por ojo, diente por diente' no tiene mayor futuro que una escalada en el conflicto y una caída a los infiernos de los ciudadanos ucranianos, que ven cómo su país se desmorona y se abandona con el paso de los días.
Desde que tengo uso de razón, soy consciente de que me he criado a través de la educación en valores, así como de la visión totalmente negativa del empleo de la violencia, sin importar sus formas. Sin embargo, observando todo cuanto me rodea, he llegado a la conclusión de que la naturaleza humana sobrevive gracias a la ley del más fuerte. Esta situación me genera mucho rechazo y desapego hacia nuestros comportamientos, pero no tengo la más mínima duda de que voy a tener que convivir con ella hasta el fin de mis días.
CH
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